jueves, 19 de abril de 2012

MAHDIS






La rebelión del Mahdi
Bajás europeos en el Sudán.


La ocupación de África empezó tarde. Por entonces, el continente era pobre comparado con Latinoamérica o Asia -su única riqueza reconocida por Europa se limitaba a la trata de esclavos-; su población, esencialmente guerrera; y su clima y enfermedades, mortales para los europeos. Por todo ello, los poderes coloniales se habían limitado hasta entonces a la edificación de unas cuantas fortificaciones en la costa, en donde también podían adquirir esclavos de manos de los tratantes nativos. La primera incursión tierra adentro llegó desde Egipto, ya que era a lo largo del Nilo donde los Khedives (o virreyes) intentaban ampliar su poder buscando esclavos para sus ejércitos, como milenios antes lo hicieran los faraones.

En Egipto gobernaba Mehemet Alí, un aventurero albano que tras la retirada de Napoleón se había hecho con el poder. Impresionado por la potencia militar francesa, Mehemet Alí intentaba reformar su ejército a manera de los europeos. Para ello, encontró los mejores asistentes entre los veteranos napoleónicos que habían quedado sin trabajo después de Waterloo. Egipto se vió pronto inmerso en su incapacidad para satisfacer el hambre infinita de hombres del ejército, una escasez a la que se sumaban las múltiples deserciones e incluso automutilaciones de la población egipcia para escapar del aborrecido servicio militar. Así, inmediatamente tras la ocupación del Sudán en 1823, Egipto empezó a "reclutar" esclavos negros. Se estima que en las décadas siguientes, unos dos millones de sudáneses fueros reducidos a la esclavitud, con los que los oficiales turcos formaron -bajo la dirección de sus instructores franceses- el ejército más poderoso del Oriente, que sería capaz de sofocar la rebelión griega en 1826 y que sometería repetidamente a la misma Turquía.




Aún cuando Egipto, bajo la presión internacional, tuvo que renunciar a sus ambiciones sobre Turquía, y a pesar de su cada vez mayor dependencia de los ingleses, su expansión hacia el sur progresaba. A la nubia Dongola -entre Assuan y Khartoum-, le siguieron el reino de Darfur -que se extendía desde la franja sur del Sahara hacia el oeste-, y la provincia de Ecuatoria, que llegaba hasta los lagos centroafricanos. En el norte de este enorme territorio, los musulmanes dongoleses se habían mezclado a lo largo del tiempo con tribus beduinas y habían pasado a considerar el comercio de esclavos como un derecho adquirido y, por tanto, asunto propio. Los secuestros se producían entre las tribus animistas del sur del Sudán, en Ecuatoria y también en las zonas centroafricanas más lejanas. Claro está que la presión inglesa debería haber puesto fin a la trata de esclavos, pero Egipto tenía otras prioridades: en primer lugar, afianzar la colaboración con los poderosos tratantes de esclavos para asegurar una pacífica administración de los territorios ocupados y, en segundo lugar, procurar la supervivencia del propio ejército necesitado del reclutamiento forzoso de sudáneses.



La supremacía de los jeques y tratantes de esclavos dongoleses se sustentaba en los llamados "Basinger", esclavos negros adiestrados en el uso de las armas. Por norma, profesaban absoluta lealtad a sus señores, y tras algunas muestras de valentía en los campos de batalla, llegaban incluso a poseer esclavos propios o a ascender, los mejores de ellos, a suboficiales con propias tropas. Cuando su señor era derrotado, el vencedor los incorporaba a su propio ejército sin problemas ya que, mientras hubiera suficiente alimento y pudieran participar de los botines, los Basinger seguían fielmente y sin quejas a sus cambiantes señores. A menudo secuestrados siendo niños, se habían convertido en auténticos soldados profesionales. No queda constancia de si algún grupo de Basinger armado intentó abrirse camino hasta su tierra natal, ya que para ellos la "patria" se había convertido en aquel lugar en donde guerra y botín coincidían. Sin estos profesionales apátridas, ningún tratante de esclavos se hubiera arriesgado a adentrarse en África central; y tampoco los poderes coloniales, aún a pesar de sus ametralladoras, habrían conseguido avanzar hacia los territorios del interior. A pesar de su sumisión, si estos grupos de Basinger eran maltratados por sus señores, mal alimentados, sacrificados en enfrentamientos inútiles o se les negaba el derecho al botín, las posibilidades de un motín aumentaban geométricamente. Pero tampoco en este caso, y a pesar de la recuperada libertad tras vencer a sus oficiales en cruentos enfrentamientos, mostraban intención de disolverse y volver a sus tribus de origen, sino que vagaban como hordas de saqueadores por todo el territorio o intentaban fundar sus propios estados.






Los Basinger también fueron entregados por los jeques dongoleses como pago de impuestos a Egipto y formaron parte del ejército que, bajo las órdenes de los oficiales turcos y en alianza con la caballería de los jeques, consiguió la rendición del Sudán. Sudán fué el destino de "castigo" tanto de algunos funcionarios de la administración egipcia como de muchos oficiales turcos. Los menguados ingresos de estos representantes del gobierno egipcio alimentaron un ambiente donde las intrigas, el despotismo, la corrupción y los abusos progresaban a sus anchas, y en donde cada uno intentaba crear su propia red de extorsión. El creciente malestar entre la población sudánesa acicateaba la resistencia y el odio hacia sus ocupantes hasta el punto que, para intentar mejorar la situación y ante todo para tratar de dar fin al rasante aumento de la trata de esclavos, Egipto decidió mandar europeos al Sudán. A los mercenarios franceses siguieron, durante la década de los 60, muchos oficiales norteamericanos que, tras el fin de la Guerra de Secesión, buscaban nuevos destinos.






En Darfur regía el bajá austríaco Slatin, en Bahr el Gazal el bajá británico Lupton, y al sur, en Ecuatoria, el alemán Eduard Schnitzer, quien había tomado el nombre turco Emin. La provincia de Emin tenía una extensión de 360.000 km² (por hacer una comparación, la actual Alemania tiene 350.000km²), y para su administración contaba con algunas docenas de oficiales y funcionarios turcos, 500 dongoleses -en su mayoría ex-tratantes de esclavos-, 400 africanos libres, y cerca de 1000 Basinger que le fueron "entregados" como tributo. Con estas tropas, bajá Emin tenía que fundar nuevos asentamientos, recaudar los impuestos, dominar rebeliones y presionar a los tratantes de esclavos. Los impuestos que enviaba a El Cairo consistían en marfil, plumas de avestruz, caucho y, aunque parezca contradictorio, esclavos, ya que a pesar de la política oficial, era normal pagar a los soldados con "servidores", e incluso los gobernadores precisaban de ellos para mantener la capacidad ofensiva de sus tropas. Así, en la lucha contra la trata de esclavos, se trataba más de eliminar del negocio a los tratantes independientes dongoleses y árabes, y traspasarlo bajo otras etiquetas a la organización del estado egipcio.

La posición de los bajás en estas provincias remotas se asemejaba más a la figura de un rey africano que a la de un administrador moderno. En expediciones de castigo, estos "representantes de la civilización" calcinaban aldeas completas, colgaban jefes de tribu y jeques y, para estimular a sus propios mercenarios, permitían saqueos desproporcionados. A lo largo este proceso aprendieron pronto que su fama era su arma más poderosa: sólo con oir su nombre, los posibles rebeldes deberían aterrorizarse y someterse a la obediencia y a la servidumbre. En este contexto irrumpió en la escena la revolución de los Mahdistas, que consiguirían dominar todo el Sudán y tomarían a estos europeos como sus más emblemáticas víctimas.


En el Islam el Mahdi es el enviado de Dios, el que ha de vencer la injusticia en el mundo. Y al igual que en Occidente aparecían uno u otro salvador, también en el Islam surgía de vez en cuando algún Mahdi. En 1881 un eremita dongolés acariciaba el ansiado título de último profeta. Los funcionarios gubernamentales hicieron nimio caso a las primeras voces que daban noticia de sus aspiraciones. Sólo tras la masacre de la primera guardia de soldados enviados a detenerle y poco después una mayor tropa fué enteramente eliminada, el gobierno intentó reaccionar. Pero entonces era ya demasiado tarde. Turcos y egipcios eran odiados profusamente por la población a causa de sus desmanes en la explotación de los recursos y en los contínuos saqueos, y muchos de los jeques habían tenido que asumir enormes pérdidas al serles retirados los derechos a la venta de esclavos. A ello se le añadía las antiguas y permanentes contiendas entre las distintas tribus, las más poderosas de las cuales no conseguían imponerse bajo el gobierno de los egipcios. Ahora, los olvidados y los desplazados esperaban poder ajustar viejas cuentas bajo la guía del Mahdi. Otros vieron en él la posibilidad de saciar sus ansias de saqueo, y algunos simplemente esperaban a ver cuál era el contendiente más poderoso para incorporarse a sus filas. Pero por encima de todo ello, el movimiento tomó de la religión una dinámica imparable. En la esperanza de entrar directamente en el paraíso, los fanáticos derviches del Mahdi se arrojaban a la lucha sin considerar posibles pérdidas.




A pesar de algunas -pocas- derrotas, las tropas de Mahdi avanzaban triunfantes al sur del Sudán, reforzadas constantemente por dongoleses rebeldes, por algunos árabes y por desertores del ejército egipcio. Mientras algunas pequeñas guarniciones se rendían sin oposición y quedaban incorporadas al ejército mahdista, otras eran arrolladas por los derviches en misiones suicidas. A principios de 1883, y tras la caída de El-Obheid, el Mahdi se hizo con el poder de Kordofan dividiendo definitivamente a las provincias del sur. Slatin se mantenía aún en Darfur, Lupton en Bahr el-Ghasal, y Emin en Ecuatoria. El mayor peso de la lucha contra los Mahdistas fué llevado por Slatin y Lupton. Tras perder a sus mejores hombres en los enfrentamientos con sus tribus aliadas, ahora alzadas en rebeldía, y tras contemplar como su munición se reducía alarmantemente, ambos gobernadores se acuartelaron en sus mejores fortalezas. Era una contienda perdida. A la extremada situación se añadían otros dos factores: la ruptura de las alianzas con tribus hasta entonces proegipcias y que cada vez en mayor número se afiliaban con los mahdistas; y las conspiraciones de los propios oficiales con los enemigos. Slatin intentó, con su conversión al Islam, una última e inútil estrategia para elevar la moral de su ejército.




Pero para mantener el Sudán se necesitaba un refuerzo mayor. A pesar de los intentos por hacer llegar nuevas tropas de refresco, el exterminio de una expedición especial enviada bajo las órdenen del inglés Hick desvaneció las últimas esperanzas de salvar el Sudán. Para evitar un mayor derramamiento de sangre, Slatin se entregó sin resistencia. Poco antes, Lupton, abandonado por sus propios soldados, había capitulado. Sólo Emin en la lejana Ecuatoria fue temporalmente "perdonado", ya que el Mahdi tenía planes más ambiciosos: dirigirse con sus tropas hacia Khartoum, defendida aún por bajá Gordon. Tampoco él pudo ofrecer mayor resistencia: con escasos hombres y menos munición, Gordon sólo podía esperar lo peor. Tras 10 largos meses de sitio, el ejército mahdista entraba en la ciudad para acabar con los extenuados defensores: Khartoum se sumió en un inmenso baño de sangre y Gordon cayó muerto en las escaleras del palacio del gobernador.


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