La rebelión del Mahdi
Bajás europeos en el Sudán.
La ocupación de África empezó tarde. Por entonces, el continente era pobre comparado con Latinoamérica o Asia -su única riqueza reconocida por Europa se limitaba a la trata de esclavos-; su población, esencialmente guerrera; y su clima y enfermedades, mortales para los europeos. Por todo ello, los poderes coloniales se habían limitado hasta entonces a la edificación de unas cuantas fortificaciones en la costa, en donde también podían adquirir esclavos de manos de los tratantes nativos. La primera incursión tierra adentro llegó desde Egipto, ya que era a lo largo del Nilo donde los Khedives (o virreyes) intentaban ampliar su poder buscando esclavos para sus ejércitos, como milenios antes lo hicieran los faraones.

La supremacía de los jeques y tratantes de esclavos dongoleses se sustentaba en los llamados "Basinger", esclavos negros adiestrados en el uso de las armas. Por norma, profesaban absoluta lealtad a sus señores, y tras algunas muestras de valentía en los campos de batalla, llegaban incluso a poseer esclavos propios o a ascender, los mejores de ellos, a suboficiales con propias tropas. Cuando su señor era derrotado, el vencedor los incorporaba a su propio ejército sin problemas ya que, mientras hubiera suficiente alimento y pudieran participar de los botines, los Basinger seguían fielmente y sin quejas a sus cambiantes señores. A menudo secuestrados siendo niños, se habían convertido en auténticos soldados profesionales. No queda constancia de si algún grupo de Basinger armado intentó abrirse camino hasta su tierra natal, ya que para ellos la "patria" se había convertido en aquel lugar en donde guerra y botín coincidían. Sin estos profesionales apátridas, ningún tratante de esclavos se hubiera arriesgado a adentrarse en África central; y tampoco los poderes coloniales, aún a pesar de sus ametralladoras, habrían conseguido avanzar hacia los territorios del interior. A pesar de su sumisión, si estos grupos de Basinger eran maltratados por sus señores, mal alimentados, sacrificados en enfrentamientos inútiles o se les negaba el derecho al botín, las posibilidades de un motín aumentaban geométricamente. Pero tampoco en este caso, y a pesar de la recuperada libertad tras vencer a sus oficiales en cruentos enfrentamientos, mostraban intención de disolverse y volver a sus tribus de origen, sino que vagaban como hordas de saqueadores por todo el territorio o intentaban fundar sus propios estados.
En Darfur regía el bajá austríaco Slatin, en Bahr el Gazal el bajá británico Lupton, y al sur, en Ecuatoria, el alemán Eduard Schnitzer, quien había tomado el nombre turco Emin. La provincia de Emin tenía una extensión de 360.000 km² (por hacer una comparación, la actual Alemania tiene 350.000km²), y para su administración contaba con algunas docenas de oficiales y funcionarios turcos, 500 dongoleses -en su mayoría ex-tratantes de esclavos-, 400 africanos libres, y cerca de 1000 Basinger que le fueron "entregados" como tributo. Con estas tropas, bajá Emin tenía que fundar nuevos asentamientos, recaudar los impuestos, dominar rebeliones y presionar a los tratantes de esclavos. Los impuestos que enviaba a El Cairo consistían en marfil, plumas de avestruz, caucho y, aunque parezca contradictorio, esclavos, ya que a pesar de la política oficial, era normal pagar a los soldados con "servidores", e incluso los gobernadores precisaban de ellos para mantener la capacidad ofensiva de sus tropas. Así, en la lucha contra la trata de esclavos, se trataba más de eliminar del negocio a los tratantes independientes dongoleses y árabes, y traspasarlo bajo otras etiquetas a la organización del estado egipcio.
La posición de los bajás en estas provincias remotas se asemejaba más a la figura de un rey africano que a la de un administrador moderno. En expediciones de castigo, estos "representantes de la civilización" calcinaban aldeas completas, colgaban jefes de tribu y jeques y, para estimular a sus propios mercenarios, permitían saqueos desproporcionados. A lo largo este proceso aprendieron pronto que su fama era su arma más poderosa: sólo con oir su nombre, los posibles rebeldes deberían aterrorizarse y someterse a la obediencia y a la servidumbre. En este contexto irrumpió en la escena la revolución de los Mahdistas, que consiguirían dominar todo el Sudán y tomarían a estos europeos como sus más emblemáticas víctimas.
A pesar de algunas -pocas- derrotas, las tropas de Mahdi avanzaban triunfantes al sur del Sudán, reforzadas constantemente por dongoleses rebeldes, por algunos árabes y por desertores del ejército egipcio. Mientras algunas pequeñas guarniciones se rendían sin oposición y quedaban incorporadas al ejército mahdista, otras eran arrolladas por los derviches en misiones suicidas. A principios de 1883, y tras la caída de El-Obheid, el Mahdi se hizo con el poder de Kordofan dividiendo definitivamente a las provincias del sur. Slatin se mantenía aún en Darfur, Lupton en Bahr el-Ghasal, y Emin en Ecuatoria. El mayor peso de la lucha contra los Mahdistas fué llevado por Slatin y Lupton. Tras perder a sus mejores hombres en los enfrentamientos con sus tribus aliadas, ahora alzadas en rebeldía, y tras contemplar como su munición se reducía alarmantemente, ambos gobernadores se acuartelaron en sus mejores fortalezas. Era una contienda perdida. A la extremada situación se añadían otros dos factores: la ruptura de las alianzas con tribus hasta entonces proegipcias y que cada vez en mayor número se afiliaban con los mahdistas; y las conspiraciones de los propios oficiales con los enemigos. Slatin intentó, con su conversión al Islam, una última e inútil estrategia para elevar la moral de su ejército.
Pero para mantener el Sudán se necesitaba un refuerzo mayor. A pesar de los intentos por hacer llegar nuevas tropas de refresco, el exterminio de una expedición especial enviada bajo las órdenen del inglés Hick desvaneció las últimas esperanzas de salvar el Sudán. Para evitar un mayor derramamiento de sangre, Slatin se entregó sin resistencia. Poco antes, Lupton, abandonado por sus propios soldados, había capitulado. Sólo Emin en la lejana Ecuatoria fue temporalmente "perdonado", ya que el Mahdi tenía planes más ambiciosos: dirigirse con sus tropas hacia Khartoum, defendida aún por bajá Gordon. Tampoco él pudo ofrecer mayor resistencia: con escasos hombres y menos munición, Gordon sólo podía esperar lo peor. Tras 10 largos meses de sitio, el ejército mahdista entraba en la ciudad para acabar con los extenuados defensores: Khartoum se sumió en un inmenso baño de sangre y Gordon cayó muerto en las escaleras del palacio del gobernador.
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