lunes, 14 de febrero de 2011

Primera Batalla de Ciudad Rodrigo

El hombre, engalanado con honores de general, estaba sentado frente al fuego, con una copa de cognac en la mano. Su cara reflejaba amargura, y su voz denotaba preocupación: "- Estimado amigo -comenzó- desde aquel amargo día, mis sueños están repletos de gritos rezumando dolor, disparos de mosquete y artillería y... ese sonido endemoniado, esa supuesta música que aún crispa mis nervios, y perfora mis oídos... el odioso ruido de las gaitas de los escoceses acompañado de los gritos de mi veteranos siendo perforados por las bayonetas enemigas. Maldigo el día en el que el Mariscal Bessières delegó en mí el mando en aquel flanco, y maldigo a los escoceses...Malditos sean ¿Cómo lograron resistir el envite de mis tropas una y otra vez? Fui estúpido, jugué toda la batalla a una sola carta... la destrucción del centro enemigo. Y aunque todo se suponía que estaba a mi favor, los hados, y aquel batallón de escoceses, desbarataron todos mis planes... Tres batallones, ¡¡¡TRES!!! cargaron valientemente una y otra vez contra el escocés, sin ni siquiera efectuar un solo disparo, imitando a la Guardia de nuestro Emperador... Aquellos valientes se batieron a bayoneta contra el enemigo, solo para tener que recular rechazados por aquellos demonios vestidos de rojo. Obvié el flanco derecho, donde mis dragones fueron bloqueados por un batallón enemigo formado en cuadro, cuando debería haber dado orden a la caballería de que atacase a la artillería enemiga, la cual hizo estragos disparando metralla a los batallones que cubrían el flanco del ataque al centro. Maldición, si hubiera prestado atención al conjunto de la batalla sin obcecarme en la lucha que mantenían mis valientes soldados en el centro enemigo... Además, los batallones que cubrían los flancos a los escoceses, lograron hacer huir a mis batallones de novatos, debilitándolos primeramente con disparos, para acabar luego en una carga que no pudieron resistir... Fue ese el momento en el que, para proteger al resto de mis veteranos que aun quedaban con vida, tomé la difícil decisión de retirar mis tropas del campo de batalla, reservándolas para una futura contienda. En estos momentos, los restos de mis tropas descansan, y esperan nuevos refuerzos con los que suplir las bajas. Mientras se recuperan para la inminente nueva acción que nuestros ejércitos preparan, el Mariscal Bessières me ha concedido el mando de la Légion Irlandaise, debido a la baja de su actual comandante, que ha tenido que retornar a Francia inesperadamente. Hasta que mis tropas se recuperen de nuevo, comandaré a estos héroes hacia la victoria. Y ahora, Bessières me envía un comunicado informándome que la Légion Irlandaise tiene que dar apoyo al General Basilien... ¡Maldición! Aún no he tenido tiempo de conocer ni de habituarme a mis nuevos soldados... Le dije al mariscal que necesitaba al menos una semana para una adaptación mutua, pero la necesidad de avanzar e intentar destruir al ejército enemigo en Ciudad Rodrigo hace que tengamos que acelerar las cosas... Parto ahora mismo junto a mis hombres, en breve volverán a equiparse para la batalla, pero entretanto, quiero estar con ellos. Tú te tendrás que quedar aquí, amigo mío, no es conveniente que me acompañes. No debes arriesgarte a sufrir daño en el campo de batalla... Nos veremos una vez acabemos con los ingleses de Ciudad Rodrigo." El hombre dejó la copa y una botella de cognac en la mesita auxiliar que quedaba a la izquierda de su asiento. Se levantó, cogió su sable y su sombrero, y salió de la estancia, cerrando la puerta a una habitación en la que no había nadie más.

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